Es el caso del cineasta Stanley Kubrick, quien creía firmemente en la existencia de extraterrestres. Por eso, cuando inició el rodaje de 2001, una odisea del espacio (1968) quiso suscribir un seguro con la Lloyd’s de Londres, temiendo que en ese período se pudiera producir un contacto con seres de otros mundos que echara por tierra las tesis de su carísima película y le arruinase. Pero lo gracioso del caso es que la Lloyd’s no firmó el trato alegando “altas posibilidades de riesgo”.
Peor fue lo de Theodor von Bischoff, un fisiólogo alemán y experto en Anatomía de la Universidad de Heidelberg que, a finales del siglo XIX, estudió la diferencia entre los cerebros del hombre y de la mujer. Terminadas sus investigaciones, llegó a la conclusión de que el cerebro masculino pesaba una media de 1.350 g, mientras que el femenino solo llegaba a los 1.250 g. El investigador se basó en esa diferencia de peso para afirmar la superioridad intelectual del varón sobre la mujer. Conviene señalar que es cierto que los cerebros masculinos suelen pesar más que los femeninos, aunque ese hecho no tiene ninguna relación con la capacidad intelectual de las personas.
Pero von Bischoff no lo creía así, y defendió su tesis machista hasta el final de su vida. La lástima es que, tras su muerte, uno de sus discípulos quiso pesar el cerebro del científico. ¿Y adivinas cuál fue el resultado? 1.245 g. Menos mal que el pobre Bischoff ya no estaba vivo para afrontar semejante ridículo.
Mucho más fácil de disculpar fue el caso de George Atwood, un brillante matemático que no solo ha pasado a la historia por sus investigaciones, sino también por un desafortunado e involuntario desatino. Se cuenta que estaba tan absorto en su trabajo que, cuando vinieron a comunicarle que su esposa había fallecido en un accidente, respondió: “Está bien, pero que espere a que termine con esto”.
Y es que, como dijo Descartes, “Dios dispuso que las estupideces de los hombres fueran efímeras, pero algunas veces sus palabras las condenan a ser eternas”.
Peor fue lo de Theodor von Bischoff, un fisiólogo alemán y experto en Anatomía de la Universidad de Heidelberg que, a finales del siglo XIX, estudió la diferencia entre los cerebros del hombre y de la mujer. Terminadas sus investigaciones, llegó a la conclusión de que el cerebro masculino pesaba una media de 1.350 g, mientras que el femenino solo llegaba a los 1.250 g. El investigador se basó en esa diferencia de peso para afirmar la superioridad intelectual del varón sobre la mujer. Conviene señalar que es cierto que los cerebros masculinos suelen pesar más que los femeninos, aunque ese hecho no tiene ninguna relación con la capacidad intelectual de las personas.
Pero von Bischoff no lo creía así, y defendió su tesis machista hasta el final de su vida. La lástima es que, tras su muerte, uno de sus discípulos quiso pesar el cerebro del científico. ¿Y adivinas cuál fue el resultado? 1.245 g. Menos mal que el pobre Bischoff ya no estaba vivo para afrontar semejante ridículo.
Mucho más fácil de disculpar fue el caso de George Atwood, un brillante matemático que no solo ha pasado a la historia por sus investigaciones, sino también por un desafortunado e involuntario desatino. Se cuenta que estaba tan absorto en su trabajo que, cuando vinieron a comunicarle que su esposa había fallecido en un accidente, respondió: “Está bien, pero que espere a que termine con esto”.
Y es que, como dijo Descartes, “Dios dispuso que las estupideces de los hombres fueran efímeras, pero algunas veces sus palabras las condenan a ser eternas”.
Extraido de Vicente Fernández (Quo)
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