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sábado, 3 de noviembre de 2012

La gran burbuja de Japón

El estallido de la burbuja inmobiliaria y de activos japoneses de 1990, “keiki baburu” en japonés, fue una burbuja económica iniciada en 1986 hasta 1991, en la que los bienes inmuebles y los precios de las acciones llegaron a alcanzar precios increíblemente exagerados. La locura especulativa comenzó en 1985 con la apreciación del yen frente al dólar, después de lo cual el Banco de Japón tuvo que inyectar liquidez a los mercados crediticios. Además durante los dos años siguientes, el banco central volvió a bajar los tipos de descuento del 5% hasta el 2,5%. Las autoridades económicas de la época quisieron evitar una caída en sus exportaciones devaluando su moneda.

Con un entorno de elevadísimo de ahorro y liquidez abundante, la mayoría de los inversores profesionales y de los novatos se lanzaron a la inversión en bolsa y en bienes inmuebles. El colapso de la burbuja duró más de una década con los precios de las acciones tocando fondo en 2003. La burbuja de precios de los activos japoneses contribuyó a lo que los japoneses se refieren como la década perdida.

En las décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, Japón fomentó el ahorro entre sus ciudadanos. Con más dinero en los bancos, los préstamos y el crédito se hizo más fácil de obtener y con Japón disfrutando de un amplio superávit comercial, el yen se apreció frente a las monedas extranjeras. Esto permitió a las empresas locales invertir en recursos de capital mucho más fácilmente que sus competidores en el extranjero, lo que redujo el precio de los productos fabricados en Japón y amplió el superávit del comercio. Con tanto dinero disponible para la inversión, la especulación era inevitable, sobre todo en la Bolsa de Tokio y en el mercado inmobiliario japonés. El índice de acciones Nikkei225 pasó de 11.500 puntos en 1984 a su máximo histórico el 29 de diciembre de 1989 cuando alcanzó un máximo intradiario de 38,957.44 para cerrar a 38,915.87.

El valor de los terrenos llegó a cotas inimaginables, por ejemplo, el valor de los terrenos para uso residencial en Tokio llegó a valer 150 veces el correspondiente a la zona metropolitana de Nueva York, 35 veces el de París y 16 veces el de Londres. El patrón de la crisis se iba repitiendo y cada vez los bancos eran más laxos a la hora de conceder préstamos. La fase de otoño de Kondratieff se estaba adelantando a pasos agigantados.

 

 Con la economía impulsada por sus altas tasas de reinversión, este crash supuso un golpe particularmente duro. Las inversiones se orientaron cada vez más fuera del país, y las empresas manufactureras perdieron parte de su ventaja tecnológica. Como los productos japoneses se hicieron menos competitivos en el extranjero la tasa de bajo consumo comenzó a hacer mella en la economía, provocando una espiral deflacionaria. El Banco Central de Japón fijó las tasas de interés a aproximadamente cero en un vano intento de reactivar la economía. Cuando esto no logró detener la deflación algunos economistas como Paul Krugman, y algunos políticos japoneses optaron por alcanzar metas de inflación a toda costa al darse cuenta del efecto pernicioso de la deflación prolongada. Según un estudio de “The Economist”, el valor de los locales comerciales cayó incluso más que los activos en bolsa, cerca de un 84% de 1991 hasta 2001.

Corregir el problema del crédito se hizo difícil, ya que el gobierno comenzó a subsidiar y rescatar bancos y empresas en dificultades, creando muchas de las llamadas “empresas zombie“. Es bastante llamativo que esta crisis no se transfiriera a otros entornos o regiones de los alrededores de Japón. Fue una crisis a la japonesa. Quizás su locura especulativa pasó desapercibida para el resto del mundo, que todavía seguía disfrutando de un Wall Street en pleno auge.

Fuente: La Bolsa Evidente: ciclos y relaciones de intermercado. Javier Alfayate, auto ediciones 2010

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