‘El hombre nunca pisará la luna’
La historia está repleta de bocazas y profetas de pacotilla que, por su ceguera, rechazaron adelantos e inventos que estaban llamados a cambiar el mundo. Es el caso de Rutherford Richard Hayes, uno de los directivos de la compañía de telégrafos Western Union, que en 1876, cuando Alexander Graham Bell quiso venderle la patente de su nuevo invento, el teléfono, le respondió con una carta que decía: “Su invento parece interesante, señor Bell, pero sinceramente no acabo de verle su posible utilidad práctica.”
Y los ejemplos de visionarios similares abundan en todos los campos. El físico estadounidense Lee DeForest sentenció en 1957: “El hombre nunca pisará la Luna, al margen de los posibles adelantos científicos”. Solamente doce años después, el astronauta Neil Armstrong se paseaba por nuestro satélite.
Igualmente, el padre del cine, Louis Lumière, sentenció que su gran invento no pasaba de ser una curiosidad científica y que no le veía “ninguna posibilidad de ser explotado comercialmente”. Años después, el productor Irving Thalberg tomó el testigo de Lumière y vaticinó en 1927 el fracaso del cine sonoro, alegando que “nadie en su sano juicio puede soportar dos horas escuchando a un grupo de personas hablando sin parar”.
Otro que dejó escapar el negocio de su vida fue Dick Rowe, un ejecutivo de la compañía discográfica Decca Recording Company, quien en 1962, tras escuchar las ma­quetas de un grupo de muchachos melenudos, sentenció: “No me gusta cómo suenan; además, la música de guitarra ya está pasada de moda”. Pero, claro, si hubiera sabido entonces que aquellos jóvenes eran The Beatles…
Un desprecio similar lo sufrió en su propia carne Ronald Reagan cuando en 1964 se presentó a una prueba para el papel de presidente de los EEUU en el filme El mejor hombre. El productor, Walter R. Hagen, le rechazó alegando que “no parece lo suficientemente inteligente como para resultar creíble como mandatario”. Se ve que, años después, los votantes no pensaron lo mismo.
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